El origen de la actual crisis entre ambos países se debe en gran parte a la negativa de Rusia al acercamiento de la OTAN y la Unión Europea a Ucrania.
La principal demanda del gobierno ruso es que Occidente garantice que Ucrania no se unirá a la OTAN, una alianza defensiva de 30 países, lo que ven como una amenaza para su seguridad.
Desde la última escalada de 2014, Kiev y Moscú han estado técnicamente enfrentados, luego de que Vladimir Putin anexionara a su país la provincia de Crimea, en ese momento ucraniana.
El Ministerio de Defensa ucraniano calculó que más de 114.000 soldados rusos fueron desplegados en las zonas limítrofes en el noreste, este y sur de Ucrania, incluidos alrededor de 92.000 soldados de infantería y fuerzas aéreas y marítimas.
El despliegue ha sido tal que distintos gobiernos de Occidente han alertado sobre una probable y próxima invasión de Rusia a Ucrania. Aunque el Gobierno de Putin niega esas intenciones, lanza advertencias frontales a la OTAN, Washington y Bruselas. ¿El último paso al frente? Las maniobras navales en el Océano Índico que anunció el jueves 20 de enero con Irán y China, fuertes adversarios de EE. UU., “para fortalecer la seguridad en la región”.
En el fondo Rusia ha dejado claro a Occidente que desista de la expansión hacia sus fronteras y se aleje de su antiguo aliado en la desaparecida Unión Soviética con el que comparte orígenes étnicos y culturales, pero sobre todo es un punto estratégico en el Mar Negro que no está dispuesto a perder.